La llamada se entrecorta, pero puede verse la imagen pixelada de una robusta mujer negra que descuelga el teléfono. Se escucha lo mínimo como para entender que hay un Toyota Corola merodeando por la zona universitaria de Johannesburgo y varias estudiantes andan asustadas. Tienen miedo de que las secuestren, y no es descabellado. La ciudad tiene una alta tasa de criminalidad. Lo denuncia Grizelda Grootboom, que pasó por algo parecido. Algo peor.
Recuerda los cadáveres fríos de sus compañeras metidos en bañeras tras una sobredosis. Recuerda como tenía que llamar desde una cabina telefónica para que no la identificaran y así evitar problemas. Ella era una de ellas. Durante ocho años fue víctima de tráfico sexual en distintas ciudades de Sudáfrica. A veces amenazada, otras para conseguir la siguiente raya de cocaína.
Y ahora, con todo ello a sus espaldas, intenta combatir la trata con fines de explotación sexual en su país, aunque su voz puede escucharse ya en todo el mundo.
—Necesito hablar con alguien de Justicia. Que me llamen ellos, ya tienen mi número —dice antes de colgar. La conexión a través de Skype no es muy buena, pero es el único momento para hacer la entrevista.
Grizelda Grootboom es una activista negra originaria de Ciudad del Cabo. Ha sobrevivido la trata y el tráfico de drogas, y también a la adicción. Lo contó en “Exit!” (BlackBird books), un libro autobiográfico con el que dio por cerrada su etapa bajo la esclavitud sexual.
Ahora, a un año de cumplir los 40, está terminando el colegio, pero lo compagina con charlas contando su experiencia y la de otras mujeres que han sufrido trata. Se define como una activista por la abolición del comercio sexual.
“Cuando aún tenía ocho años cuatro hombres me asaltaron y me violaron en grupo”
De niña, vivía con su padre en el Distrito 6 de Ciudad del Cabo, pero en su octavo cumpleaños el “gobierno blanco”, como Grootboom dice, los echó de casa. A partir de entonces ambos vivieron en la calle, pero él no consideraba aquello apropiado para la pequeña. Su mejor opción era encontrarle un orfanato en el que pudiera quedarse.
El padre de Grizelda murió poco después en esas mismas calles.
—Yo no tenía relación con mi madre, pero sabía dónde vivía. En la cultura africana negra si naces mujer siendo el primer hijo, y encima eres algo así como un caso perdido, te conviertes en una vergüenza para la familia. Yo no era bien recibida y lo sabía, pero aun así le llamaba a la puerta. Ahí fue mi primer encuentro con la explotación sexual. Cuando aún tenía ocho años cuatro hombres de nuestra comunidad me asaltaron cerca de la zona y me violaron en grupo.
Desde entonces se convenció para permanecer en lo que llama el “refugio” hasta ser mayor de edad. Pasarían muchos años hasta que volviera a ver a su madre.
Antes de eso ya había intentado ir a la escuela. Algo no muy fácil según su testimonio porque la zona estaba llena de bandas callejeras. Los pocos privilegiados que estaban escolarizados preferían no ir al colegio por miedo al trayecto. Otros incluso se unieron a las bandas. De ellos, algunos acababan en la cárcel o transferidos a otros orfanatos en el mejor de los casos.
—Intenté adaptarme al colegio por lo menos durante tres o cuatro meses y ahí conocí a una amiga. Se convirtió en alguien muy cercano a mí. Gracias a esta chica conocí a otra gente y pasé tiempo en casa de otras personas y salíamos quedar en casas para consumir drogas y fumar.
—¿Cuánto tiempo pasaste en el orfanato?
—En Sudáfrica cuando cumples los 18 no se te permite quedarte más porque se considera que eres mayor. Estaba desesperada por moverme a otro lugar y tenía esta amiga que iba a trasladarse a Johannesburgo.
Esta “amiga” fue una parte fundamental en la captación de Grizelda para la trata. Coincidió su salida del refugio con el traslado a la nueva ciudad.
—Le pregunté si podía ir con ella y aceptó. Yo me sentía en buenas manos porque creía que era una buena amiga, además Johannesburgo es una ciudad muy grande y en aquel momento era el mejor lugar de Sudáfrica en el que estar. Mucha gente negra iba para buscar trabajo y creíamos que era la cuna de la libertad del país.
“Me inyectaron algo detrás de la rodilla para que el cuerpo se me durmiera de cintura para abajo. Ahí me di cuenta de lo que iba a pasarme”
A la emoción de trasladarse a Johanesburgo se unió la felicidad de tener un piso compartido con alguien cercano en quien confiar.
—Ella siempre hablaba de lo mucho que quería vivir su propia vida y de que su familia nunca iba a controlarla. Aunque por otro lado quizá fue por eso por lo que acabó metida en drogas. Pero estaba muy contenta de estar en un lugar nuevo en una ciudad distinta y de tener el apoyo de mi amiga. Estar allí con ella me dio la esperanza de que las cosas empezarían a cambiar de verdad para mí.
Aquí su voz empieza a quebrarse.
El apartamento le pertenecía, supuestamente, a su amiga. Era grande y estaba bien decorado. Tenía dos habitaciones: la primera que vieron era para la dueña, la segunda, la de Grizelda, estaba completamente vacía.
—Me dijo “aquí es donde vas a dormir. No te preocupes, acabamos de trasladarnos, pero las cosas irán asentándose. Descansa que mientras voy a ir a comprar comida”.
Esa fue la última vez que la vio.
—Yo no lo sabía y me eché la siesta. Por supuesto no pensaba que mi amiga fuera a hacer algo así. Ya había estado con ella en situaciones inseguras y le habría confiado mi vida.
» Unos hombres entraron cuando estaba dormida y empezaron a quitarme la ropa y a golpearme. Me ataron y me vendaron los ojos. Me inyectaron algo detrás de la rodilla, creo que era cristal, para que el cuerpo se me durmiera de cintura para abajo. Ahí me di cuenta de lo que iba a pasarme.

“Había una mansión enorme con jaulas para las chicas y los turistas venían a ver cómo tenían sexo con nosotras”
—Entonces, ¿tú te diste cuenta de que iban a prostituirte? ¿Qué es realmente lo que hace que te mantengan como esclava?
—Solían darme bastantes drogas y las consumía también con los clientes¹. Con eso podían hacer lo que quisieran. Cada día venían hombres distintos, y estuve así una semana o dos en Johannesburgo hasta que me cambiaron por una chica más joven en mitad de la noche.
» Me cuesta saber cuántos días pasaron allí porque no había luz natural en la habitación. Para entonces yo ya era una adicta y pasé una etapa de proxeneta en proxeneta yendo de un lugar a otro, de un cliente a otro y un puticlub a otro.
Recuerda haber pasado por varias casas lujosas. En algunas de ellas grababan vídeos que luego vendían como pornografía, otras veces pasaba dos o tres semanas en el mismo lugar porque hombres de todo el mundo practicaban turismo sexual en Sudáfrica y la explotaban en puntos clave.
—Una vez me llevaron a la mansión más grande que he visto en mi vida. Tenía un bar dentro donde metían a las chicas en jaulas que había colgadas y había mucha gente. Venían a mirar cómo tenían sexo con nosotras.
En esa situación siguió hasta los 26 años, cuando su proxeneta se la llevó a Puerto Elizabeth, casi en la otra punta del país. En aquel momento se encontraba a mil kilómetros de Johannesburgo, en una ciudad del tamaño aproximado de Barcelona.
—Por aquel entonces cuando cambiaba de ciudad o de club tenía la esperanza de que esa zona fuera menos dura conmigo, pero las cosas empeoraban cada vez que me movían a otro sitio.
Para cuando llegó allí, dice, ya estaba acostumbrada a la prostitución. La mandaron a un club que gestionaba una madame. Era un sitio de clase alta al que acudían cazadores y buceadores furtivos. Solían celebrar allí sus fiestas, así que también atraían las redadas policiales. Pero en Sudáfrica la prostitución es ilegal tanto para quien paga como para quien vende, así que las mujeres en la situación de Grizelda tienen poco que hacer si no quieren exponerse a una multa o a ir a la cárcel.
—Cerraban solamente para los furtivos cuando organizaban fiestas privadas. Y también estaban los buceadores, que venían los fines de semana, casi siempre después de las 11 de la noche. Cuando venían todo el club olía a pescado y era muy desagradable.
—¿Recuerdas alguna historia de amistad en ese tiempo?
—Tenía una amiga cuando estábamos en el club. Era mi novia también.
» Además, las chicas que crecieron conmigo en el refugio también me recuerdan cuando me ven en la tele. Me dicen que casi no me reconocen porque yo era bastante abusona. Quería dar una imagen dura.
» Pero sí, hay amistades que tuve y amistades que perdí. Muchas de las chicas con las que estuve en los clubes aparecían muertas una mañana. De repente te despertabas y estaban frías en una bañera y el cliente se había marchado. Nosotras tampoco las tocábamos. Teníamos que llamar a la policía desde una cabina telefónica para evitar problemas.
“Me dejaron mantener al bebé porque a los clientes les gustaba sentir la presión y ver mi vientre hinchado”
Durante aquel año y medio en Puerto Elizabeth descubrió que estaba embarazada. En ese contexto el uso del preservativo no era común y las prostitutas quedaban expuestas a enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Por supuesto, nadie se hacía cargo de los bebés y a menudo se abortaba. Nunca se hacía de forma segura, pero la embarazada no era quien tomaba la decisión.
La llamó Summer. Se enteró al tercer mes, casi al mismo tiempo que se celebraba la Copa Africana de Naciones, que aquel año tenía lugar en Sudáfrica. Para Grizelda fue un año muy duro porque pasó a ser conocida como “la chica negra del puticlub” y todos los afrikáans blancos atraídos por el evento de fútbol querían verse con ella.
—Dije, “oh vaya, estoy embarazada”, y el resto de chicas también se sorprendieron bastante, porque no me obligaron a abortar. Me dejaron mantener al bebé porque a los clientes les gustaba sentir la presión del bulto en la vagina y ver mi vientre hinchado.
Le pasaron más hombres que antes, porque muchos la pedían, y siguió en esa situación hasta el sexto mes de embarazo, cuando la madame un buen día decidió que había que acabar con aquello. Por la mañana le dieron unas pastillas que le provocaron el aborto, por la noche vino un médico clandestino a sacarle el feto y por la noche la pusieron a recibir a más gente.
Le metieron esponjas en la vagina para parar la hemorragia, algo común en ese entorno durante las menstruaciones o con heridas. A veces permanecían dentro tanto tiempo que se producían infecciones.
Grizelda estaba demasiado débil como para resistirse a nada, pero recuerda que algo en su cabeza le dijo que esa noche sería la última, y que tenía que escapar de allí como fuera. Se rebeló contra sus proxenetas mientras dos tipos la estaban esperando.
Le pegaron una paliza. Al principio dijeron que quería irse por su cuenta para robar clientes al negocio, o que iba a dar soplos a la policía. Luego solo recuerda al marido de la madame, al portero y a varios militares que pasaban algunas noches por allí golpeándola hasta dejarla inconsciente. Todo ocurría la misma noche del aborto.
Perdió tanta sangre que la dieron por muerta.
—Me decían que no iba a recibir a ningún cliente nunca más. Mientras estaba inconsciente me dejaron en la calle, pero otras prostitutas² llamaron a la ambulancia para que me llevaran al hospital. Estuve tres semanas hasta que me recuperé.
“Y aquí fue cuando mi cuerpo empezó a colapsar”
—¿Ese fue tu último día de verdad?
—Ese fue el principio del proceso de salida. Me ayudó un grupo de mujeres religiosas. Eran de estas personas que van a los hospitales a rezar por los enfermos y una de ellas intentó que entrara en rehabilitación.
» En Sudáfrica, entonces, si eras una mujer negra y no tenías documentación se te consideraba una criminal. Así que escribió que estaba trabajando conmigo para meterme en rehabilitación y después de aquello volví a ir a otro refugio, esta vez para trabajar.

Grizelda Grootboom cuidaba a los hijos de otra gente que estaba en la calle. Fue algo así como cerrar el ciclo porque aquellos niños crecían como lo hizo ella antes de ser víctima de la trata. Pero entonces, uno de sus antiguos proxenetas descubrió que andaba por la zona y la reenganchó. Desde los 29 años hasta los 31, su día a día consistía en ir a la iglesia para darse un baño y comer por la mañana y traficar con drogas por la noche. Siguió así hasta que otro proxeneta le ofreció hacer lo mismo en Ciudad del Cabo, su ciudad de origen.
—Pensé que era una buena idea porque este nuevo proxeneta no me conocía y el otro proxeneta que iba a recibir las drogas en Ciudad del Cabo, tampoco. Esa fue realmente mi salida porque volver a Ciudad del Cabo me permitió reconciliarme con mi madre. Yo le daba el dinero de las drogas y me quedaba en su choza.
» Y aquí fue cuando mi cuerpo empezó a colapsar: se manifestaron varios problemas, mojaba la cama y mi madre no podía hacer mucho porque no trabajaba y tenía sus propios problemas con la depresión y el alcohol.
La relación con su madre mejoró progresivamente. Pidió varios test para conocer las consecuencias de su pasado en la trata con fines de explotación sexual y en esa misma clínica donde se hizo los análisis conoció a una organización que estaba trabajando en un proyecto relacionado con la esclavitud sexual. Grizelda se animó, dijo que quería formar parte y el resultado acabó publicándose con el nombre de “Portia”.
A través de la ayuda de La Campaña de Medios Contra el Tráfico Humano (MeCAHT) y su corto “Portia” conoció a la organización Embrace Dignity. Le propusieron escribir un libro. El título, “Exit!” (Salida) documentaba el final de Grizelda Grootboom como esclava sexual y hacía pública su experiencia para todo el mundo que quisiera escucharla.
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